Esta dramática escena del trágico sexenio lopezportillista se viene nuevamente a mi mente cuando suceden los dislates del favorito en las encuestas para ocupar el cargo, Enrique Peña Nieto, ante una sencilla pregunta sobre sus libros favoritos. El candidato trastabilló y no pudo ir más allá de la Biblia. Acto seguido, el rezagado cordero presidencial, precandidato panista en franca desventaja, intentó capitalizar el error y también derrapó con el nombre de una escritura. Seis años antes, el candidato perredista de alta peligrosidad para el país había eludido elegantemente una pregunta similar. Y si vamos un poco más atrás en la línea de tiempo, encontramos al ex presidente Fox patinando con el nombre del autor de "El Aleph" y a su pareja presidencial convirtiendo a Tagore en una gran rabina. Sin duda, las preguntas anteriores siguen altamente vigentes, pues los gobernantes en México no han mostrado ni capacidad, mucho menos inteligencia.
En el mundo, tampoco hay buenos referentes. George W. Bush era capaz de leer libros volteados, mientras Silvio Berlusconi era famoso por el hareem que lo rodeaba, más que por los libros que decía leer. Estos políticos de hoy están cada día más lejos de aquella máxima de Platón que decía que el mejor rey tenía que ser un filósofo. La telecracia anunciada por Giovanni Sartori nos trajo una clase gobernante basada en la imagen y no el texto. Para ser presidente en el siglo XXI, es mejor escribir un buen slogan publicitario que un libro con todos los proyectos de política pública.
Sin embargo, tampoco comulgo con los periodistas que han salido a la defensa de aquel que no pudo mencionar 3 libros leídos. Justificar al político iletrado a partir de que el pueblo lea en promedio menos de 3 libros por año es como el dicho del "rey tuerto en el país de los ciegos". Permitir que en nombre de la imagen y la inmediatez se minimice la importancia de la palabra y del libro en el desarrollo humano sería un error. La telecracia sartoriana no previó la existencia de una Wikipedia, la encarnación digital del sueño de Voltaire y Diderot; y tampoco pudo anticipar que en el siglo XXI la información se duplica cada 72 horas, ya que ahora, cualquier ciudadano de a pie, como un servidor, puede publicar sus ideas y ponerlas a disposición del mundo entero.
Que el mundo se mueva por imágenes no excluye a las letras. El político de hoy tendría que ser menos el maniquí publicitario y mucho más un geek que consume información digital. Así, la pregunta tendría que ser en los próximos años: "Señor, ¿cuántos textos trae en su kindle?", y si sigue trastabillando, es un político que no vale la pena.
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