Para Gaby, David y, en especial, a Leonardo... e Ivonne
He dicho del arte, espejo anapsíquico de pliegues y des-pliegues, de su potencial creador y de lo que lo hace ser lo que es. Más allá de su esencia y su capacidad visualizadora, ahora quiero explorar otra parte esencial del mismo, que de alguna forma estuvo presente en mis cibercharlas de esta noche y que, como corolario a las mismas, es ampliamente justo aludirlo en este espacio.
El arte nació de la tragedia. Esta pequeña oración, de claro origen nietzschiano, nos ocupará unas líneas. Porque así como a Ulises se le mostró la vida nuevamente cuando vio Ítaca tras su largo regreso, así como Dante miró el Paraíso con mayor fulgor después de cruzar los inframundos, es así como el arte que emana de la tragedia se nos postra irremediablemente a los que, cual Ave Fénix, nos hemos encontrado con unas cuantas cenizas de nosotros mismos y hemos tenido que hallar el arte dentro de las mismas.
¡¡Benditos aquéllos que se redimen en un verso!!
¡¡Bienaventurados los que saben que la metáfora no sana, pero permite vivir!!
¡¡Dichosos los que suturan el alma con aliteraciones, pues mundos nuevos siempre les serán desvelados!!!
¡¡Redimánse, amigos míos!! Encuentren en sus propias artes los pliegues de la melancolía, donde yacen los placeres y goces ocultos para aquéllos que no han tenido la fortuna de volverse a inventar.
Anagnórisis y catarsis... Vivan los dos momentos del arte... después de ello, nada vuelve a ser igual.